LA EXCUSA DEL ARTE O EL ARTE DE LA EXCUSA.

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Hace quince años se descubrieron unos importantes restos arqueológicos de distintas épocas en la plaza del Castillo. Aprovechando las excavaciones en curso, el exconcejal Miguel Ángel Muez propuso la creación de un Museo de Historia de la Ciudad ubicado en la misma plaza. Una comisión de expertos ratificó el valor de los restos aparecidos y pidió que se conservaran en el museo propuesto por Muez. Las autoridades del momento arrasaron a toda prisa el yacimiento. La sociedad Aranzadi, encargada por el juez para valorar lo ocurrido, pese a los vetos y zancadillas del Ayuntamiento, calificó de “expolio” lo acontecido.

En 2017, un grupo de pamploneses ha dado a conocer (exclusivamente en Diario de Navarra) un manifiesto con la pretensión de evitar que con el Monumento de Navarra a sus Muertos en la Cruzada se haga algo distinto a lo que ellos proponen: la reconversión del mismo en el Museo de la Ciudad. Nada dijeron estos inquietos pamploneses en 2002 contra el expolio de la plaza del Castillo ni a favor del Museo de la Ciudad que se proponía. Ni una palabra suya se ha oído nunca sobre el derribo de otros edificios de valor histórico. Pero ahora tocan a rebato para salvar los, a su entender, extraordinarios valores artísticos y arquitectónicos del monumento de los vencedores a sus caídos, dejando de lado cualquier consideración ética, política o histórica sobre aquellos hechos. Dejan también de lado la llamada Ley de Memoria Histórica, la Ley de Símbolos, la declaración del Parlamento de Navarra en 2003 sobre víctimas de la sublevación facciosa y el pronunciamiento de ayuntamientos navarros.

La Ley de Memoria Histórica insta a que se retiren del espacio público aquellos elementos simbólicos que constituyan una exaltación de la sublevación militar de 1936 y la dictadura franquista. La ley habla de retirar, no de esconder, tapar, cubrir, reconvertir o revestir permanentemente. Cabe recordar que hace bien poco, en cumplimiento de la ley, el Gobierno ha retirado la laureada situada en la fachada de la Diputación, añadido artístico (pero no solo artístico, claro) del escultor Fructuoso Orduna. Ley que UPN se ha resistido tenazmente a cumplir. Quienes no apelan más que al “valor artístico” del más conocido como Monumento a los Caídos deben explicar las razones que tienen para, dejando de lado el afán de verdad, justicia y reparación que ha inspirado a esas leyes, venir a proponernos que nos saltemos con la pértiga del arte las leyes correspondientes. Con ese salto, dan por prescritos, olvidados o perdonados los crímenes imprescriptibles del golpismo genocida y la dictadura posterior. Los firmantes del manifiesto perdonan u olvidan en nombre de las víctimas sin preguntarles a ellas ni acordarse de la verdad, la justicia o la reparación.

El más grosero de los firmantes de ese manifiesto (anunciado a bombo y platillo en la primera plana del Diario que dirigiera Garcilaso, el enlace de Mola y Sanjurjo) se pasó por las páginas de opinión de este periódico para ir un poco más allá e incurrir en el insulto. Aquí tildó de “guerra civilista” a todo el que se oponga a su proyecto, a todo el que no acepte su decreto de punto final de los crímenes franquistas. Es un rencoroso “guerra civilista” quien se atreva a recordar lo que el Monumento a los Caídos ha sido y representa. Por el contrario, quien como él propone conservar de la manera que sea ese ostentoso homenaje de los vencedores a sí mismos, habla desde la concordia, el civismo y la paz. Hagamos algo cultural con el Monumento, como mandó el arzobispo al reintegrar parte del edificio a la ciudad (no la cripta que se reservó a perpetuidad) y aquí no ha pasado nada.

Por pasar, aquí ha pasado que una sublevación militar contra el orden constitucional de la República llenó las cunetas de cadáveres. Un buen número de ellos siguen desaparecidos. Sus familias no saben en qué lugar poner una lápida. Como bien explicó el jurista Rafael Escudero en las recientes jornadas de ZER, la Ley de Memoria Histórica no autoriza a que los símbolos golpistas se queden donde están so pretexto de su valor artístico. De aceptarse dicho valor, tales símbolos tendrán que retirarse a un museo, donde se exhibirán de manera que coadyuven a la comprensión de que los hechos que ensalzan no deben repetirse. Porque hay valores anteriores al valor artístico de los que hablar, quienes hablan de convertir el monumento a los muertos de los sublevados en un museo de la ciudad tendrían que empezar por exponer a los ciudadanos qué piensan hacer para que ese museo no sea una forma de esquivar lo democráticamente legislado.

Tendrán que empezar por decirnos qué piensan hacer con las paredes, de momento tapadas (rayando en la ilegalidad), donde están escritos con letras de oro los más de cuatro mil nombres de los navarros que perdieron la vida en los frentes militares abiertos por los golpistas en su intento (logrado) de acabar con un régimen democrático. ¿Qué planes tienen para las pinturas que elevan el golpismo a categoría de gesta heroica, con rango de santa cruzada? ¿Qué harán con las inscripciones guerreras que hay en el interior y el exterior del edificio? ¿Tienen algo que proponer para acabar con el santuario de la cripta que el obispado se reserva y preserva? Estaría bien que diesen su parecer sobre esas en cuestiones, en vez de apelar al arte para saltárselas.

Si el cumplimiento de la legislación democrática de los últimos años en materia de memoria histórica pone difícil la reconversión del mausoleo de Mola y Sanjurjo en Museo de la Ciudad, más difícil es sostener dicha reconversión desde el plano político y moral. Las citadas leyes obligan a retirar la simbología franquista por un elemental decoro político y ético: no se debe ofender más a la verdad ni seguir despreciando a las víctimas del golpismo y la dictadura. ¿Cómo mantener un panteón gigantesco, en pleno centro de la ciudad, dedicado a exaltar las gestas de los muertos del bando golpista, sin volver a sojuzgar a los miles de asesinados que quedaron para siempre en cunetas de Navarra y a los valores democráticos que defendían?

No es cuestión de volver a intentar las sucesivas trampas de los gobiernos de UPN y adheridos por otros medios. No es cuestión de convertir la reconvertida y fallida sala de arte Conde de Rodezno en Museo de la Ciudad. No es cuestión de tapar la verdad de la sublevación militar ni de revestir las vergüenzas del franquismo de nobles fines artísticos y culturales. El arte es respetado por todos porque creemos que, como la educación, eleva a las personas y desarrolla el entendimiento social. Pero si el arte se utiliza como coartada para perpetuar injusticias (las víctimas desaparecidas para siempre, los victimarios perpetuamente recordados en un museo del centro urbano), apaga el arte y vámonos.

Firman este artículo: Víctor Moreno, Javier Eder, Fernando Mikelarena, José Ramón Urtasun, Carlos Martínez, Clemente Bernad y Txema Aranaz Miembros del Ateneo Basilio Lacort

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